Todo anhelo verdadero implica un riesgo. No es posible crecer sin arriesgarse, sin aventurarse. En cada etapa de nuestro crecimiento nos hacemos un poco más fuertes, confiamos más en nosotros mismos. Si bien parece que crecemos paso a paso, cada etapa de nuestro crecimiento no se determina, en realidad, mediante un paso, sino mediante un salto. Es por ello precisamente que arriesgarse inspira tanto temor y que crecer resulta tan doloroso. Como todo riesgo, crecer requiere abandonar algo sin tener la seguridad de que el próximo paso sea mejor. Si el crecimiento fuera gradual, lógico y fácil de predecir, habría muchos menos riesgos, y más personas encontrarían éxito y felicidad en la vida.
¿Cómo se trasciende uno a sí mismo, cómo se abre a nuevas posibilidades? Tomando conciencia de la verdad de su situación, aclarando el engaño del carácter emocional, liberando su espíritu de la prisión del condicionamiento construida por uno mismo y por otros. Los ojos se abren entonces a la nueva realidad que se va descubriendo y apropiando a cada etapa.
Cuando el saber es más fuerte que el sentir, surge la valentía de enfrentar la ansiedad y se inicia el proceso de trascender las limitaciones impuestas por el miedo; entonces se renace a las verdades de la realidad universal.