La persona que desperdicia su vida negándose a sí misma por un sentido de obligación equivocado no hace más que disminuirse y lastimar a otros. A menudo, esa persona exagera ese sentido de obligación para justificar su autorrechazo. Considera que sus obligaciones la absorben porque teme mirar su vida como alguien libre. Siente que, ante todo, tiene responsabilidades hacia otros y utiliza esa obligación exagerada para justificar su fracaso en el logro de su propio potencial y como excusa para no asumir riesgos.
Puesto que ese mártir no crece sino que permanece atrapado, su sacrificio es cada vez menos gratificante. Las personas por las cuales se sacrifica no comparten, por lo general, su devoto sentido del deber ni sus necesidades y, por consiguiente, no muestran agradecimiento alguno por los sacrificios que se hicieron sin su consentimiento.
Este «martir voluntario» debe comenzar la ardua tarea de examinar su propia vida, de descubrir lo que en verdad quiere y de saber por qué no fue capaz de asumir los riesgos necesarios para lograr antes su objetivo.
Finalmente, debe actuar de la manera más directa y honesta posible, permitiendo que los demás sean ellos mismos, desarrollando su propia personalidad con la imperiosa necesidad de planear no el destino de los otros sino el suyo propio.